21/05/2008

Restaurante para dos

Pedir una mesa para dos en un restaurante es algo bastante común. Lo que quizá no es tan habitual es pedir un restaurante para dos.

Hacía días que habíamos decidido salir a cenar. El lugar lo escogimos más bien por proximidad y por probar algo nuevo, pero no teníamos ningún tipo de referencia. Hay que decir que era un martes por la noche y era más bien pronto. Desde la calle se veía poco más que una barra de bar y era imposible adivinar si había mesas libres. Entramos y un amable y joven camarero nos recibió y nos acompañó hacia el interior. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que éramos los primeros clientes de la noche. Era algo inevitable sospechar y dudar de si habría alguna razón oculta que justificara la ausencia de comensales, pero decidimos no juzgar antes de tiempo y disfrutar de la velada. Cuando ya estábamos terminando el segundo plato llegamos a la conclusión de que habíamos sido los primeros y también íbamos a ser los únicos.

El lugar era acogedor, el servicio fue muy correcto, la comida de calidad y el precio más o menos asequible. A pesar de que el comedor estuviera vacío no nos sentimos atosigados. Obviamente los camareros estaban algo pendientes de nosotros, pero sin llegar a incomodar.

Cuando estábamos con los postres, el cocinero -con su inconfundible uniforme blanco- salió de la cocina. No dijo nada, pero dirigió la mirada hacia nosotros. No sé si la actividad habitual del restaurante es parecida todos los días (si fuera así no creo que el negocio pueda sostenerse mucho tiempo), pero sé que esa noche de martes el cocinero pudo cocinar y hubo alguien que disfrutó de sus platos. Igual se sintió algo más realizado que otros días o quizá no, quién sabe.

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