De vez en cuando me gusta ir sola a una cafetería y tomar algo. Es como un tiempo que me regalo a mí misma en el cual aprovecho para leer el periódico, revisar la agenda, escribir pensamientos, observar a la gente o simplemente pensar.
Ayer no fue una cafetería sino una conocida cadena donde hacen bocadillos. Era la hora de comer. Había bastante espacio libre y me senté en una mesa al lado de la ventana. Comí mi bocadillo mientras miraba a través del cristal, luego hojeé el periódico y acabé enfrentándome al que fue mi primer sudoku. Nunca lo había intentado antes, aunque parezca difícil de creer.
Estuve totalmente enfrascada en los números durante un rato. En un momento determinado levanté la mirada y encontré una mujer sentada en mi mesa, casi enfrente de mí. Estaba comiendo su bocadillo tranquilamente. En el momento que me di cuenta de que estaba acompañada dejé mi sudoku en un segundo plano. Habiendo tantas mesas libres pensé que igual la mujer se había sentado allí porque tenía ganas de interactuar con alguien. Con mis ojos busqué su mirada algunas veces, pero no parecía estar mucho por la labor. Al final intercambiamos sólo unas pocas palabras y cuando acabó su bocadillo se despidió, se levantó y se fue.
Reconozco que al principio me sorprendió que se hubiese sentado allí, incluso diría que durante unos instantes me sentí algo incómoda. ¡Como si la mesa me perteneciera...! Sé que en algunos países compartir mesa es algo muy habitual, aquí no es una costumbre tan extendida. Lo que hice fue suponer que tenía que haber alguna razón detrás. Si la mujer no buscaba conversación, igual lo que quería era estar cerca de la ventana. No lo sé, pero pensándolo bien tampoco tiene que haber una explicación para todo. Es verdad que había mucho espacio libre, pero igual a la mujer le apetecía estar allí y ya está.
Después del paréntesis retomé el sudoku, me volví a concentrar en los números y, finalmente, conseguí resolverlo.