Hace algunos meses, de la noche a la mañana apareció un sillón en el rellano. Podría ser que alguien hubiese tenido el detalle de ofrecer al resto de vecinos un lugar donde poder sentarse y descansar con tranquilidad, pero esta hipótesis rápidamente perdía todo fundamento.
Se adivinaba que el sillón un día había sido de color blanco y no del tono amarillento que tenía entonces. Había generosas manchas de grasa y algún que otro agujero. Realmente estaba para tirar, restaurar o reciclar de alguna forma. Lo más probable es que el dueño había querido deshacerse de él, pero se equivocó de lugar. I allí se quedó el sillón durante meses.
Hace algunos días, volviendo del trabajo, noté algo diferente. El sillón no estaba. Supongo que algún vecino había decidido terminar el proceso que un día alguien dejó a medias. Menos mal que no todo el mundo deja en el rellano aquello que ya no quiere. La verdad es que se agradece.